lunes, 11 de octubre de 2010

Oblomovka Muerta




“Míreme bien esta noche porque dudo que vuelva a verme. Dentro de unas horas habré dejado de existir”.
Robert Johnson 


Me conocéis como Oblomov Varese pero mi nombre real responde a las iniciales DHQ. Doy este dato porque será el que os importe cuando me busquéis mañana en diarios impresos o digitales; será la clave imprescindible para dar conmigo y saber de mí; para encontrarme en las páginas de sucesos como una anotación simple en el margen derecho de una página a estas horas todavía por definir, una breve columna o un simple párrafo compartido con algún otro infeliz con una suerte parecida a la mía. Y me veréis mañana, digo, porque mañana seré noticia. Porque al cierre de esta entrada habré dejado de existir.

Es una decisión muy meditada. Largamente pensada. Es una decisión que no atiende a más razones que las mías, por muy egoísta que esto pueda parecer. Aunque cueste creerlo esta decisión no guarda relación alguna con la depresión que me fue diagnosticada el año pasado y que me retuvo inerte en la cama, que me arruinó lo que se conoce popularmente como “vida”, dejándome sin trabajo, sin amor, sin amigos, sin familia. Todo eso está más que superado; ya no me atormenta. Me clasificaron sin rubor, sin asomo de duda, como un valor establecido en ese noventa y cinco por ciento de seres humanos que sufren alguna clase de desarreglo neuronal porque los médicos que se ocupan de semejante tarea son incapaces de aceptar la existencia estadísticamente demostrada de ese cinco por ciento de personas con capacidad de dotar de un sentido filosófico a la propia muerte y porque no está facultado el facultativo para aceptar que no se cite en los manuales el diagnóstico de “trastorno existencial” y nada que no tenga que ver con la serotonina tiene que ver con él: “ni humanismos, ni ateísmos, ni otras corrientes del pensamiento". “Sólo descalabraros en ese neurotransmisor, y ninguna cosa más”, sólo “desbarajustes en la composición química del cerebro”.

Las citas corresponden a “Los Bosques de Upsala” (1), la novela de Alvaro Colomer que publicó Alfaguara este mismo año y que sirvió como detonante de la irrevocable decisión que he tomado y que dejará como epitafio esta suerte de crítica literaria. Si hay, pues, algún culpable aquí, no es otro que el señor Colomer, que con su novela ha iluminado mi desazón y mi desconcierto, la sensación de ir contracorriente, de esa enfermiza pasión por el suicidio que me ha acompañado este último año. Me justifica plenamente, lo quiera él o no.

Mi muerte no tiene pretensiones, no busca la fama ni el respeto, no espera adornar el muro de Vila-Matas y sus “Suicidios ejemplares” (novela que dejo sin leer, ya sin remedio) porque será sencilla, sin alardes, la más común y accesible de todas. Una muerte para la que me han estado entrenando durante estos últimos meses.

No quiero entrar en detalles sobre los motivos que me llevan a este final. Comprenderéis que a estas alturas lo que me menos me apetece es analizar lo analizado, volver sobre lo mismo, reproducir mi expediente, buscar excusas donde solo hay convencimiento moral de hacer lo correcto. A eso se dedican otros mejor pagados que yo y seguramente lo harán mucho más a partir de mañana. No me quiero justificar; esto no es un grito de ayuda y no lo es porque cuando sea leído será tarde para llegar a mí. Sospechaba este final desde hace tiempo, lo imaginé tal como en su día pronosticó el suyo propio Rigaut. Quizá él sí tenía más motivos para vivir de los que confesaba, aunque lo más probable es que yo sea menos exigente con mi muerte de lo que fue él con la suya:

“En el hotel de Palermo, la llave, el cerrojo y esa abertura cerrada, formaron, en ese instante y sin duda para siempre, un triángulo enigmático, donde a la vez se nos ofrece y se nos niega la obra de Rigaut. En cualquier caso, un suicidio insuperable. Recomiendo a mis amigos que no intenten mejorarlo, pues es tarea del todo imposible, y no hay nada peor que matarse, hacer el ridículo y, para colmo, no enterarse de que uno lo ha hecho”.

No quiero morir sin antes agradecer las visitas y los visitantes de este blog que han sido muchos más de los estimados inicialmente gracias a la inesperada colaboración del blog amigo “La Medicina de Tongoy” que se queda huérfano en todos sus proyectos de futuro en lo que respecta a su colaboración conmigo. Le dejo, junto a muchas otras cosas, las llaves de esta Oblomovka Herida (cadáver ya) para que haga con ella lo que considere menester.

Me voy. Es hora de tomar la medicación que no me han recetado. Es hora de dejar este sinsentido. Me voy con la convicción de hacer lo correcto. No estoy enajenado, no estoy deprimido, no estoy decepcionado con el mundo ni sus pobladores. Estoy simplemente fuera de lugar, desubicado, como si me hubiese colado en una fiesta.

Oblomov os deja, se muere. Me entra el sueño. No quiero que me encuentren en el suelo. Debo acostarme. Me vence; el sueño me vence. ¿Acaso son estas mis últimas palabras? ¿Es esto todo lo que va a quedar de mí?

Lloro. ¿Por qué lloro?





(1) Existía un bosque, allá en la Europa vikinga, al que acudían los ancianos que habían dejado de ser útiles para la comunidad. Sabían aquellos viejos que Odín, también llamado Dios de los Ahorcados, sólo les admitiría en el Gran Banquete si morían en combate o si, habiendo alcanzado la edad crítica, se apartaban voluntariamente del camino. Así que se adentraban esos hombres en la espesura, anudaban las sogas a las ramas y se dejaban caer con el orgullo de quien no titubea siquiera ante la Muerte. Dicen las crónicas que nadie descolgaba jamás sus cuerpos y que los cientos de cadáveres allí presentes, elevados todos unos centímetros por encima del suelo, constituían el paisaje más desolador, amén de poético, que uno pueda imaginar en el universo suicida. Sabemos hoy que aquel lugar, perdido por siempre en la noche de los tiempos, no era otro que los bosques de Upsala. (Alvaro Colomer, “Los bosques de Upsala”) 



4 comentarios:

  1. Anónimo11/10/10

    Cuando un amigo, sí, ahora que ya no importa lo digo, nos abandona poniendo entre él y nosotros ese acto incalificable, el dolor se mezcla con los reproches.
    Prefiero ver todo este asunto de otra manera, más clásica, tal como lo explica Tom Hagen a Pentángelis al final del Padrino II mientras pasean fumando un puro.
    Oblomov Varese, que tantas cosas supo dejar sin haber empezado, estoy seguro de que sabrá defraudarnos una vez más.
    Hoy, ante la noticia, esta seguridad es nuestra única esperanza.

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  2. Anónimo11/10/10

    Desde que leí Cosmos, otra de las novelas que leí sin apenas entender, me pregunto que podrían significar aquellos animalitos que aparecían asesinados, también :
    yo era la sombra del picotero
    asesinado
    por el falaz azul de la ventana;
    era la mancha de plumón ceniza,
    y vivía,
    volaba siempre en el cielo reflejado.

    Prefiero pensar que Oblomov Varese nunca tomó en serio el pasaje donde Aristóteles define al hombre como pájaro implume, bípedo, perdón.

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  3. Deja de llorar y vuelve a escribir que estamos esperando.
    Venga

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