lunes, 25 de octubre de 2010

La Disculpa





No, yo no soy Carlos González, ni soy Tongoy. (1) Yo existo: en este plano y en el otro. No soy como él ni quiero serlo; es más, bufonadas las justas. Su enrevesada inventiva no tiene fin y me hace perder un tiempo precioso construyendo maquinarias como la de mi propia muerte con el único objetivo de hablar de algunos libros que para más inri -y esto tiene delito- ni siquiera le han gustado especialmente. No puedo negar que me divierte su juego o no me prestaría a secundarlo con algo más que pequeños comentarios en su blog. Si le dejo mi espacio unas veces o colaboramos juntos otras (como ésta) es porque, evidentemente, también me va algo en ello. Aunque en una ocasión fue él quien redactó un texto que yo publiqué como mío (que luego me hizo editar para restituirse la autoría, creando una entrada imposible de puro surrealismo) en esta ocasión me pidió que ejerciese de escritor con la (insana) intención de multiplicar las voces dando así veracidad a la inmensa mentira de ha sido esta última semana. 


Le he pedido como favor personal dar por concluida esta pequeña broma que (Tongoy) tenía intención de perpetuar durante un lapso indefinido de tiempo -para despiste del personal- porque no estoy por la labor de satisfacer ni alentar su peculiar demencia y porque no quiero alejar demasiado mi blog de la línea editorial en la que había pensado inicialmente. De hecho, creo sinceramente que ha llegado el momento de desvincular temáticas y dejar de comentar las mismas novelas para evitar la co-dependencia que veo asomar por el horizonte. Ha sido un ejercicio sano y divertido que debe dar paso a una participación más serena en base a comentarios de uno en el blog del otro. Los criptogramas de las últimas semanas pueden ser muy seductores pero poco o nada útiles a la hora de recomendar una u otra lectura que es al fin y al cabo el objetivo último que he buscado siempre con este blog. No es menos cierto que la propuesta de Tongoy goza de la ventaja de ofrecer una segunda lectura de las recomendaciones una vez que se ha leído la novela en cuestión, pero en honor a la verdad, ¿cuántos de nosotros estamos dispuestos a repetir el esfuerzo de su lectura? ¿Hasta qué punto es eso interesante para aquellos ajenos al ejercicio de la redacción? Mi propuesta (la de este “lugar común”), en cambio, es mucho más humilde y sólo pretende hablar de los libros que he leído y que han tenido un significado especial para mí. Hacerlo a través de la rama familiar y los recuerdos de mi infancia y/o juventud me simplifica la tarea de inventar artefactos imposibles que al final tendrían similares y menos creíbles resultados. La fortuna ha hecho posible que mi vida y la de los que me rodean haya estado, de un modo u otro, siempre muy vinculada a la literatura. Esto se traduce en historias, unas ciertas y otras (lo confieso) no tanto, que guardan estrecha relación con libros más o menos afortunados pero nunca exentos de interés. 


Me despido dando por cerrado este capítulo de mi/nuestra historia. A todos aquellos que hayan llegado a esta Oblomovka a través de “La medicina de Tongoy” les doy la más cordial bienvenida y les invito a visitarla cuando gusten. Al resto, gracias también por su paciencia. 




(1) Ni soy Oblomov, es verdad, pero sólo de nombre. 

2 comentarios:

  1. Pero bueno, te estuve esperando todo el fin de semana, en la estación de autobuses. No paraban de llegar hordas del IMSERSO y ni rastro de tus barbas soviéticas. Pues a Toledo va a ir tu padre, sabes, que allí hace un frío que pela.

    Agur.

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  2. No sabe cuanto lo siento, pero sepa que hubo de por medio razones más que suficientes para no aceptar su invitación. Escribo ahora los acontecimientos que tuvieron lugar entonces: para que vea usted que no miento. Se los haré saber vía este blog en cuanto sea posible.

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