lunes, 23 de agosto de 2010

"Contra el viento del norte" de Daniel Glattauer




Nuestro caso es distinto, Emmi: nosotros partimos de la línea de llegada, y sólo se puede seguir una dirección: hacia atrás. Nos dirigimos a la gran desilusión. No podemos vivir lo que escribimos. No podemos reemplazar las numerosas imágenes que nos formamos el uno del otro. Será decepcionante que no estés a la altura de la Emmi que yo conozco. Y no lo estarás. Te sentirás deprimida si yo no estoy a la altura del Leo que tú conoces. Y no lo estaré. Después de nuestra primera -y única- cita nos separaremos desilusionados, desanimados, como después de una comida abundante que no nos ha gustado, a pesar de haberla esperado un año con un hambre feroz, de haberla hervido a fuego lento y a borbotones durante meses. ¿Y luego qué? ¡Se acabó! ¡Ya está! ¿Haremos como si no hubiese pasado nada? No. Emmi, nunca se nos borrará la imagen desmitificada, desvelada, desencantada, defraudada, resquebrajada del otro. Ya no sabremos qué escribirnos. Ya no sabremos para qué escribirnos. Y algún día nos cruzaremos en un bar o en el metro. Fingiremos no reconocernos o no vernos, nos apartaremos rápidamente. Sentiremos vergüenza por lo que ha sido de «lo nuestro», por lo que ha quedado. Nada. Dos extraños con un ficticio pasado común, por el que tanto tiempo y con tanto descaro se habían dejado engañar.
Extracto de "Contra el viento del norte"




Voy a faltar a una promesa y a contar algo de mi vida privada. No son dos cosas: la promesa era no contar nada de mi vida privada. Pero ya empecé fatal en la entrada anterior y supongo que no importará demorar un poco el cumplimiento de la norma no escrita. Os hablaré de mi madre.

Siempre he tenido con ella una relación muy especial. Soy el menor de mis hermanos; el último en llegar y en abandonar la casa de mis padres, por lo que me tocó pasar con ella (mi padre murió siendo yo muy niño) mucho tiempo de soledad compartida. Durante los últimos años que pasamos juntos, antes de irme a vivir al extranjero por asuntos de trabajo, establecimos lazos entre nosotros que el tiempo ha demostrado irrompibles.  Aprendimos a respetar nuestros silencios y nuestros espacios después de muchos gritos e invasiones. Fue una convivencia empedrada, ella empeñada en ser madre y yo empecinado en ser hijo. Al final madurando uno, verdeciendo otro, acabó todo en tablas.

Mi madre fue -y es- una lectora empedernida aunque dudo que en toda su vida haya leído más de cien libros. Puede que ni la mitad. Lo cierto es que no podría apostar ni por una cuarta parte. Aún así es más que probable que no haya dejado pasar un solo día sin leer alguna línea. Porque a mi madre lo que le gusta es leer cartas. Y releerlas. Continuamente. Cartas de sus hermanos, de sus sobrinos, de sus primos, probablemente de sus padres y por supuesto de sus hijos. No me extrañaría descubrir algún día que guarda también las del banco y las que presentan catálogos por correspondencia. (Esto último es broma) Nos inculcó desde pequeños la costumbre de escribir a todo el mundo; decía que así, escribiendo, era imposible estar solo. No le faltaba razón: no creo que haya en el mundo una familia que sepa más de sí misma que la nuestra. No he visto tampoco otra con menos secretos. Nuestro gran problema con ella era y sigue siendo, su pertinaz querencia por lo manuscrito. Jamás toleró una carta escrita a máquina por nosotros y no digamos ya un correo electrónico y eso que no tiene problema con Internet: lo tolera, lo acepta y hasta hace uso de él, pero las cartas han de ser manuscritas porque así, asegura, “tiene tiempo uno a pensar de verdad lo que está diciendo”. Intenté en una ocasión convencerla de su error: le instalé un software de correo electrónico y le expliqué brevemente el funcionamiento (esta frase tan corta fueron dos meses de tira y afloja que acabaron en un larguísimo y funcional curso de informática). Tras enviarle varios mensajes y puesto que ella se negaba a escribir con ese sistema recibí al cabo de una semana una carta suya lapidariamente corta: “Tus imeis – decía- no tienen suficientes faltas de ortografía. Te quiere, mamá”. Eso no era cierto. A estas alturas de mi vida había escrito demasiado como para tener tantas faltas como ella parecía insinuar. Lo que con esto venía a decir es que no se creía mis mecanografiadas palabras. Tuve que reescribir (manuscribir) y reenviar cada uno de esos emails porque mi madre es mucho de castigo ejemplar. Y hasta hoy.

Entenderéis así quizá que le enviase, inmediatamente y sin leerla, una novela llamada “Contra el viento del norte” que descubrí por azar en una librería y que reproduce una historia de amor entre dos personas que se conocen gracias a un error y que se comunican únicamente a través del correo electrónico. Una pequeña broma que sin duda mi madre sabría entender.  La nota con que acompañé el libro era muy corta porque la escribí en una postal, para no demorar el envío (otra costumbre que mi madre nos impuso: las cartas se escriben y se mandan o corren el riesgo de perder valor, como los periódicos de ayer):

“Mamá,
Acabo de encontrar en una librería esta novela que estoy seguro de que te gustará. Quiero decir que estoy “casi seguro” porque no la he leído. Si me dices que está bien prometo hacerlo cuando vaya a casa el mes que viene.
Te quiero,”


Conviene aclarar que este cruce de correos entre mi madre y todo el mundo se sostiene por una razón bastante simple: está “casi completamente” sorda. No siempre lo fue y sospecho no siempre lo está tanto como quiere dar entender  pero el caso es que la mayoría de las veces resulta terriblemente complicado comunicarse con ella por teléfono y acabamos siempre a gritos y repitiendo veinte veces cada cosa. Hemos optado por el sistema doble: el teléfono para las urgencias y lo imprescindible, y el correo para todo lo demás.

Al cabo de unos días me llegó la contestación. Lo normal es que tanto yo como mis hermanos recibamos cada semana una carta de mi madre y que ella la reciba a su vez de cada uno de nosotros. Entre hermanos también tenemos ese acuerdo forjado a fuera de costumbre aunque sin decirle nada a ella hemos ido poco a poco espaciando las cartas manuscritas en favor de las digitales. Nos negamos a dejarlo completamente no tanto por temor a sus reproches como a arrepentirnos en el futuro, cuando ya no esté. Creo que todos sufrimos y nos angustiamos si el buzón pasa vacío demasiados días seguidos. Y que adoramos a los carteros y al propio servicio postal.
“Entrecorchetaré” aquellas partes que no tengan relación con la novela.


“O.
Anteayer me llegó tu carta. Pensaba contestarte al momento pero ya era tarde y me dolían un poco las manos después de pasarme la tarde con el Grupo de Costura, aunque la mitad del tiempo se nos fue comiendo y hablando mal de los hijos. Es broma, cielo. Marisa me dijo que ella le había regalado ese mismo libro a su nieta o que a su nieta se lo había regalado a ella, no me acuerdo. A Marisa cada vez se le entiende menos. Supongo que fue lo primero y por encargo porque yo a esta no la veo de compras por el corte inglés.
Después de cenar y como no pasaban nada por la tele empecé a leerlo para ver qué tal porque la verdad es que la portada es bien fea. Me hizo gracia como empieza y todo eso de la confusión pero se me hace raro lo rápido que suceden las cosas cuando se escribe mucho. Antes para enamorarte por carta necesitabas seis meses por lo menos y estos chicos parece que ya se quieran después de saludarse por primera vez. Pero no te voy a estropear la novela que supongo que leerás cuando vengas. Te confieso que me ha gustado, pero ya sabes que a mi estas tonterías de los correos, aunque sean de mentira, me gusta mucho aunque me cuesta entender lo del amor. Ya sabes, que se quieran así, con mensajes tan cortos, aunque no tanto como la postal que acompañaba este libro. A veces cuando acababas un capítulo no había pasado ni media hora. ¡Con decirte que lo acabé ayer por la noche! Pero hice trampa, porque cené las lentejas del mediodía y me salté el noticiero y así me dio tiempo. ¿Recuerdas que a tu tío Luís le pasó algo así, que su novia se había ido a Alemania y se mandaban muchas cartas? ¿Recuerdas como acabó? Pues esto es lo mismo pero por ordenador. No, no es el mismo caso pero se parecen mucho. Mira hijo, te voy avisando: en el amor o lo das todo o no des nada, porque las medias tintas no sirven y pueden decir lo que quieran pero verse y tocarse es muy importante y por eso estas novelas no suelen hacer nada más que entretener un rato y no se las cree nadie. Me cuesta mucho creer que el amor funcione así durante mucho tiempo. Además estos dos no hablan de nada. Todo el tiempo “haciendo manitas” (ya me entiendes) dejando todo lo demás de lado. No hijo no, tu hazme caso y búscate una chica que puedas llevar al cine.
[…]
Muchas gracias por el libro. Cuando vengas lo comentamos tranquilamente.
Te quiere,
Mamá”


Después de esto el cruce de cartas en las que hicimos referencia directa a la novela ha sido más bien escaso, aunque me consta que ha convencido a una de mis hermanas para que la lea. Pero es que a mi madre a veces le cuesta admitir cuánto le gustan ciertas cosas.
Dentro de poco iré a verla y me enteraré de mucho más. Y sabré si este libro, al igual que muchas de sus cartas, tiene la fortuna de ser leído cien veces.

miércoles, 18 de agosto de 2010

CANSADO DE ESTAR MUERTO

Ivan Goncharov.jpg



La siguiente carta es un extracto de otra que Iván Goncharov escribió a Nikolái Rubinstein con motivo de la publicación en 1858 de Oblomov, la que sería su obra más importante y en la que le confesaba los orígenes de la novela y lo que perseguía con ella. La traducción es completamente libre y no goza de la calidad que merece puesto que fue traducida a partir de la fotografía hecha con un móvil de baja resolución por un conocido mío, estudiante de ruso, durante un visita al Palacio de Stroganov, uno de los cuatro palacios que conforman el Museo Estatal Ruso, ubicado en el centro histórico de San Petersburgo, lugar donde se conservan esta y otras cartas manuscritas que Goncharov dirigió a su editor y a varios amigos, algunos de ellos, como en este caso, importantes artistas de la época.



“Estimado Nikolái, 
Dmitri (1) me ha convencido de lo inconveniente que puede resultar publicar mi obra sin hacer las oportunas correcciones pero si no lo hago no podré hacer frente a las deudas que he contraído durante estos años que he pasado escribiendo la novela y que me reclaman insistentemente. Sabes tan bien como yo lo mucho que me ha costado llevar a buen puerto la novela, cómo yo mismo caí en la trampa mortal de mi protagonista, ese canalla de Oblomov, y en la desidia, la oblomovshchina que arrastro desde hace años. 
[…] 
Esta obra nace para arrancarme las piernas, que tengo pegadas al suelo, para arrastrarme fuera de esa pesadilla que fui yo mismo y me desvela pensar que las correcciones que Dmitri me sugiere, aunque acertadas, me hundan nuevamente en el fango del que en esta ocasión sé a ciencia cierta que no saldré.” 


Esta interesante carta viene a mostrar que Goncharov se inspiró en sí mismo a la hora de construir la novela y que fue probablemente la escritura lo que lo salvó. No sería descabellado pensar que ese Nikolái al que se dirige pueda tener también su reflejo en el personaje de Shtolz, la antítesis de Oblomov, un amigo de la infancia, de carácter afable y con una ajetreada vida, que dedica sus escasos ratos libres a tratar de sacar al protagonista de su desidia. Se encuentran también en estas líneas justificación a las numerosas revisiones y retoques que sufrió la novela hasta alcanzar la versión definitiva diez años después.

Así como Oblomov tuvo su Shtolz y Goncharov su Nikolái, tengo yo a un amigo que a fuerza de insistir, de robar minutos a su ajetreada vida a logrado desperezarme y me ha animado a inaugurar este blog que es desde hoy tan suyo como mío. 



Quizá me he cansado de estar muerto.








(1) Supuestamente se refiere a Dmitri Vasílevich Grigoróvich (1822-1899) que fue una figura destacada entre los intelectuales que por entonces vivían en San Petersburgo. En “Memorias literarias” descubre cómo vivían y trabajaban los grandes genios de la literatura rusa. Aunque no hay documentación que lo atestigüe se cree que colaboró en una importante editorial época.