Tal como había sospechado, el contenido del misterioso paquete que me apresuré a desempaquetar rasgando el envoltorio, era una revista. Concretamente una revista de marionetismo, arte del que no tengo la más remota idea y que básicamente parece tratar el controvertido asunto de poner en boca de otros lo que uno quiere decir. No acierto a entender que error tipográfico podía haber hecho que esa revista acabase en mi buzón pero me supuse objeto de algún muestreo de cierta editorial y lo dejé correr y aprovechando además que la mañana se presentaba ociosa la dejé junto a las tostadas para echarle un vistazo durante la ingesta. La revista, como ya dije, se llamaba “MARIONETISMO” y llevaba el subtítulo de “Artículos prétumos de incuestionable valor literario en torno al arte del Marionetismo”. Llevaba el número 121, correspondía al presente mes y la portada era una fotografía a todo color de una marioneta de madera con una larguísima nariz y sombrero de fieltro rojo que supuse debía ser Pinocho, aquel mentiroso por excelencia. Entre las secciones referidas en el índice estaban: “Pasen y vean”, “El cómico suicida”, “Falsas Especulaciones”, “Dossier: El oficio de engañar: una mentira mas”, “Reyertas, dimes y diretes”, “Espectacular!” y, sorprendentemente, señalando la página 96, el tema motivo de esta entrada: “Críticas Literarias”. Obviando el resto salté directamente a ella, ávido de descubrir qué clase de libros podía criticar una revista como esta y me encontré uno cuyo título y autor me resultaban completamente desconocidos: “El espejo deforme” de Suevio Rayón, editado por Anagramas. La portada era una fotografía en la que un hombre robusto de pelo corto y mediana edad, vestido con camisa blanca y pantalones verdes de lino, se miraba en un espejo que le ofrecía un reflejo completamente diferente: el de otro hombre, joven, delgado y vestido completamente de negro con los ojos cerrados y sumido en una profunda tristeza. Inmediatamente después del título la reseña ofrecía una breve sinopsis de la novela y a continuación el comentario de un crítico que reproduzco en su totalidad y cuyo nombre me dejó estupefacto:
“SINOPSIS: La primera novela de Suevio Rayon es la historia de un hombre de clase media que ve como su vida da un giro de 180º cuando abandona la seguridad de su vida para ingresar en el elitista y opaco “Instituto de Marionetismo” donde aprenderá a anularse a sí mismo en favor de su instrumento de trabajo (una marioneta) con el fin de dotar a éste de la mayor credibilidad posible y permitiéndole así acceder al secreto mundo del engaño y la mentira del que hasta ese momento era desconocedor”.
AUTOR: Suevio Rayón (1970) es colaborador habitual de la revista “Marionetismo” y profesor de Artes Escénicas en la Universidad Complutense de Madrid. Esta es su primera novela.
CRITICA: Suevio Rayón se aproxima con esta primera obra a los mecanismos fundamentales de la novela intimista, retratando como pocas veces las impresiones y recuerdos de los personajes que pueblan sus páginas que son en su mayoría profesores y alumnos de un instituto que enseña el noble arte de la sumisión al instrumento que será en el futuro su herramienta de trabajo: la marioneta. Jacobo, el protagonista, es un joven divertido, ingenioso, ocurrente e inteligente. Rayón ha escrito una historia aparentemente aburrida y falta de acción que esconde una segunda lectura gracias a la efervescente, coloreada y magnificada imaginación de Jacobo. Novela de lectura obligada que sin duda marcará la tendencia de la narrativa contemporánea de los próximos años y que abre nuevos caminos en el panorama español, similares a aquellos que abrieron en su momento autores como Musil o Kafka, en sus países de origen.
Soloza Camino”
La razón por la que el nombre del crítico me dejó tan sorprendido fue porque Soloza Camino es el hombre que ocupa el adosado de la izquierda, el mismo que nunca recoge la hojarasca confiando en que el viento la arrastre a mi parcela para tener así quien se ocupe de ella. El mismo que gracias a la pensión vitalicia pasa los días encerrado en una buhardilla sin otra ocupación que aporrear un teclado o, tal como lleva tres días haciendo, a exigir a gritos a un invisible interlocutor telefónico la devolución de un dinero anticipado a cambio de no sé qué servicio que había sido incumplido. Soloza Camino es el tipo de hombre al que nunca asociaríamos la labor de crítico literario fundamentalmente porque es el tipo de hombre al que no asociaríamos con ninguna actividad que requiriese el menor esfuerzo, incluyendo la colaboración en el plagio del que estaba siendo testigo. Porque un plagio era exactamente lo que parecía ser “El espejo deforme” de Suevio Rayón. La obra de referencia no podía ser otra que “Jakob Von Gunten”, de Robert Walser, una magnífica novela en la que Jakob, el protagonista, habla en primera persona de lo que le ocurre durante su estancia en el Instituto Benjamenta, institución dedicada a la formación de mayordomos, donde los niños aprenden lo que necesitan para servir a las familias pudientes: el arte de cómo estar al servicio de otros. También ésta fue considerada en su momento una novela intimista ejemplar y también se imputaron como referentes a Musil o Kafka. Al igual que la otra cuenta con un protagonista extremadamente inteligente e imaginativo que nos arrastra durante la novela por caminos que no sabemos si pertenecen al plano real o fantástico en que éste parece vivir. No solo Rayón fusila sin decoro el argumento sino que lo mismo hace a su vez Soloza con otra crítica que yo mismo, hace unas horas y con una simple búsqueda en Google, encontré en una web especializada en reseñas literarias. Eran demasiadas coincidencias en tan pocas líneas por lo que supuse que no serían las únicas. Y efectivamente así fue: dos horas de investigación bastaron para demostrarme que todo, absolutamente todo cuánto se decía en la revista era falso: una monumental mentira de 124 páginas. Ni los reseñistas de otros artículos, ni los miembros de la editorial, ni la editorial misma parecían existir en otro espacio que no fuese la revista que tenía ante mis ojos. Fue entonces cuando caí en la cuenta de dos pequeños detalle que había pasado por alto: el primero era que el sobre en que venía la revista no era de una editorial, tal como me había parecido y dado por hecho inicialmente, sino de una pequeña imprenta del centro por delante de la cual he pasado un par de veces el último mes y segundo: el nombre que figuraba en la etiqueta no era el mío sino el de mi vecino. Había sido pues, un error tanto del cartero al meterlo en mi buzón, como propio, por no haberme fijado en algo tan evidente. Ahora esta revista es un problema enorme. Devolverla equivaldría a confesar el delito que supone abrir correspondencia ajena, arriesgándome además con ello a desvelar a un hombre de manifiesto carácter violento que soy conocedor de su secreto: el de ser ideólogo y editor de una falsa revista de un único número con la mediocre aspiración de convertirlo en crítico literario de segunda fila. No devolverlo me convierte en poseedor de un artículo tan único como inútil.
Y en esas estamos.