martes, 28 de septiembre de 2010

MARIONETISMO. Año X. Número 121. Septiembre 2010.

Hace unos días, mientras pensaba en mis exequias y preparaba el desayuno, vi, a través de la ventana, llegar al cartero y depositar en el buzón un sobre plegado que parecía contener, por la forma y el tamaño, una revista. Como mi buzón es de natural huraño y no acostumbra a recibir visitas (mucho menos muestras gratuitas de semejante calibre) y yo no estoy suscrito a publicación periódica alguna presumí un error del funcionario que traté de evitar a la carrera, pero el temor a salir desnudo a la calle hizo que cuando por fin había acabado de ponerme algo encima ya no quedaba rastro de él.

Tal como había sospechado, el contenido del misterioso paquete que me apresuré a desempaquetar rasgando el envoltorio, era una revista. Concretamente una revista de marionetismo, arte del que no tengo la más remota idea y que básicamente parece tratar el controvertido asunto de poner en boca de otros lo que uno quiere decir. No acierto a entender que error tipográfico podía haber hecho que esa revista acabase en mi buzón pero me supuse objeto de algún muestreo de cierta editorial y lo dejé correr y aprovechando además que la mañana se presentaba ociosa la dejé junto a las tostadas para echarle un vistazo durante la ingesta. La revista, como ya dije, se llamaba “MARIONETISMO” y llevaba el subtítulo de “Artículos prétumos de incuestionable valor literario en torno al arte del Marionetismo”. Llevaba el número 121, correspondía al presente mes y la portada era una fotografía a todo color de una marioneta de madera con una larguísima nariz y sombrero de fieltro rojo que supuse debía ser Pinocho, aquel mentiroso por excelencia. Entre las secciones referidas en el índice estaban: “Pasen y vean”, “El cómico suicida”, “Falsas Especulaciones”, “Dossier: El oficio de engañar: una mentira mas”, “Reyertas, dimes y diretes”, “Espectacular!” y, sorprendentemente, señalando la página 96, el tema motivo de esta entrada: “Críticas Literarias”. Obviando el resto salté directamente a ella, ávido de descubrir qué clase de libros podía criticar una revista como esta y me encontré uno cuyo título y autor me resultaban completamente desconocidos: “El espejo deforme” de Suevio Rayón, editado por Anagramas. La portada era una fotografía en la que un hombre robusto de pelo corto y mediana edad, vestido con camisa blanca y pantalones verdes de lino, se miraba en un espejo que le ofrecía un reflejo completamente diferente: el de otro hombre, joven, delgado y vestido completamente de negro con los ojos cerrados y sumido en una profunda tristeza. Inmediatamente después del título la reseña ofrecía una breve sinopsis de la novela y a continuación el comentario de un crítico que reproduzco en su totalidad y cuyo nombre me dejó estupefacto:


“SINOPSIS: La primera novela de Suevio Rayon es la historia de un hombre de clase media que ve como su vida da un giro de 180º cuando abandona la seguridad de su vida para ingresar en el elitista y opaco “Instituto de Marionetismo” donde aprenderá a anularse a sí mismo en favor de su instrumento de trabajo (una marioneta) con el fin de dotar a éste de la mayor credibilidad posible y permitiéndole así acceder al secreto mundo del engaño y la mentira del que hasta ese momento era desconocedor”.

AUTOR: Suevio Rayón (1970) es colaborador habitual de la revista “Marionetismo” y profesor de Artes Escénicas en la Universidad Complutense de Madrid. Esta es su primera novela.

CRITICA: Suevio Rayón se aproxima con esta primera obra a los mecanismos fundamentales de la novela intimista, retratando como pocas veces las impresiones y recuerdos de los personajes que pueblan sus páginas que son en su mayoría profesores y alumnos de un instituto que enseña el noble arte de la sumisión al instrumento que será en el futuro su herramienta de trabajo: la marioneta. Jacobo, el protagonista, es un joven divertido, ingenioso, ocurrente e inteligente. Rayón ha escrito una historia aparentemente aburrida y falta de acción que esconde una segunda lectura gracias a la efervescente, coloreada y magnificada imaginación de Jacobo. Novela de lectura obligada que sin duda marcará la tendencia de la narrativa contemporánea de los próximos años y que abre nuevos caminos en el panorama español, similares a aquellos que abrieron en su momento autores como Musil o Kafka, en sus países de origen.
Soloza Camino”


La razón por la que el nombre del crítico me dejó tan sorprendido fue porque Soloza Camino es el hombre que ocupa el adosado de la izquierda, el mismo que nunca recoge la hojarasca confiando en que el viento la arrastre a mi parcela para tener así quien se ocupe de ella. El mismo que gracias a la pensión vitalicia pasa los días encerrado en una buhardilla sin otra ocupación que aporrear un teclado o, tal como lleva tres días haciendo, a exigir a gritos a un invisible interlocutor telefónico la devolución de un dinero anticipado a cambio de no sé qué servicio que había sido incumplido. Soloza Camino es el tipo de hombre al que nunca asociaríamos la labor de crítico literario fundamentalmente porque es el tipo de hombre al que no asociaríamos con ninguna actividad que requiriese el menor esfuerzo, incluyendo la colaboración en el plagio del que estaba siendo testigo. Porque un plagio era exactamente lo que parecía ser “El espejo deforme” de Suevio Rayón. La obra de referencia no podía ser otra que “Jakob Von Gunten”, de Robert Walser, una magnífica novela en la que Jakob, el protagonista, habla en primera persona de lo que le ocurre durante su estancia en el Instituto Benjamenta, institución dedicada a la formación de mayordomos, donde los niños aprenden lo que necesitan para servir a las familias pudientes: el arte de cómo estar al servicio de otros. También ésta fue considerada en su momento una novela intimista ejemplar y también se imputaron como referentes a Musil o Kafka. Al igual que la otra cuenta con un protagonista extremadamente inteligente e imaginativo que nos arrastra durante la novela por caminos que no sabemos si pertenecen al plano real o fantástico en que éste parece vivir. No solo Rayón fusila sin decoro el argumento sino que lo mismo hace a su vez Soloza con otra crítica que yo mismo, hace unas horas y con una simple búsqueda en Google, encontré en una web especializada en reseñas literarias. Eran demasiadas coincidencias en tan pocas líneas por lo que supuse que no serían las únicas. Y efectivamente así fue: dos horas de investigación bastaron para demostrarme que todo, absolutamente todo cuánto se decía en la revista era falso: una monumental mentira de 124 páginas. Ni los reseñistas de otros artículos, ni los miembros de la editorial, ni la editorial misma parecían existir en otro espacio que no fuese la revista que tenía ante mis ojos. Fue entonces cuando caí en la cuenta de dos pequeños detalle que había pasado por alto: el primero era que el sobre en que venía la revista no era de una editorial, tal como me había parecido y dado por hecho inicialmente, sino de una pequeña imprenta del centro por delante de la cual he pasado un par de veces el último mes y segundo: el nombre que figuraba en la etiqueta no era el mío sino el de mi vecino. Había sido pues, un error tanto del cartero al meterlo en mi buzón, como propio, por no haberme fijado en algo tan evidente. Ahora esta revista es un problema enorme. Devolverla equivaldría a confesar el delito que supone abrir correspondencia ajena, arriesgándome además con ello a desvelar a un hombre de manifiesto carácter violento que soy conocedor de su secreto: el de ser ideólogo y editor de una falsa revista de un único número con la mediocre aspiración de convertirlo en crítico literario de segunda fila. No devolverlo me convierte en poseedor de un artículo tan único como inútil.


Y en esas estamos.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Sr. Harnois Gobeil, organista y profesor



Mi primer contacto con el suicidio fue través de mi abuelo, que es ese señor de la fotografía. Se llamaba Harnois Gobeil y si tiene cara de loco es porque realmente lo estaba. Rematadamente loco, para ser exactos. Su muerte, causada por una “fractura craneal masiva”, se produjo por impacto contra el cemento del aparcamiento del Hospital Psiquiátrico de Quebec después de saltar al vacío desde la ventana de la habitación de la tercera planta que compartía con otros dos pacientes. Se había pasado cinco años en un estado de reclusión involuntaria, encadenando pitillo tras otro hasta provocarse un enfisema pulmonar agravado con una disnea paroxística nocturna que es algo así como despertarse una y otra vez durante la noche por falta de oxígeno. Una muerte pobre en lírica. En su defensa diré que la idea del suicidio fue probablemente la mejor y más lúcida de cuantas había tenido en los últimos años, donde la desesperanza y la locura lo condujeron al lamentable estado físico que llegó a alcanzar. Esa foto en apariencia tan antigua fue tomada una par de semanas antes de su muerte, en octubre de 1983, cuando lo avanzado de la enfermedad hacía temer por su vida y los médicos optaron por reducirle drásticamente los paseos por los jardines para protegerlo así del frio del otoño.


Que traiga yo hoy a colación su vida no es casual. Responde a un motivo que no viene a cuento pero me sirve de excusa para hablar de él. No me ha entrado la nostalgia, ni me ha dado por llorar al recordarlo porque lo cierto es que nunca lo conocí personalmente ni llegué a sentir hacía él nada especial. Siempre fue para mí un viejo músico demente, un organista de corales, un profesor de medio pelo que vivía en Canadá; que cruzaba cartas con mi madre muy de vez en cuando (cartas que guarda celosamente y no me ha dejado nunca leer) y que llamaba a cobro revertido siempre de madrugada. Ni nos encontramos ni cruzamos jamás palabra alguna, aunque con el tiempo llegue a descubrir historias increíbles que sólo en contadas ocasiones llegaron a salir del círculo familiar. Y no salieron ni por prudencia ni por orgullo ni por vergüenza sino simplemente por cariño.


Sé, por ejemplo, que mi abuelo es el protagonista de una de las novelas de Gaetan Soucy. Concretamente de una llamada “La Absolución”. La historia de la novela, de la que os podréis informar en cualquier parte, es la historia de un hombre que busca desesperadamente el perdón de una mujer. Es una descorazonadora aventura que protagonizó mi abuelo durante el invierno de 1935, cuando por motivos que debo callar por respeto al misterio de la novela, viajó por segunda y última vez en su vida a Hallstatt, uno de esos pequeños e idílicos pueblos austríacos a las orillas de un lago entre las montañas que son ideales postales navideñas y donde veinte años antes había sido profesor de piano de los hijos de un destacado comerciante. Es la historia de cómo mi abuelo dejó de ser el que siempre había sido para convertirse en la sombra de sí mismo, un hombre invisible a los ojos de cualquiera.


Cómo llegó a enterarse el Sr. Soucy de la historia es algo que solo podemos suponer. Sabemos que veinticinco años antes de su muerte mi abuelo había sido profesor de música en la misma universidad en la que años más tarde estudiaría física el popular escritor, pero las fechas no coinciden ya que por entonces Gaetan Soucy no había nacido todavía. Suponemos pues que por alguna desconocida razón debieron coincidir en algún momento hacia el final de la vida de mi abuelo, quizá cuando este entraba irremediablemente en la demencia, quizá cuando estaba ya sumido en ella. En cualquier caso descubrir tantas coincidencias en la historia de ambos era cuando menos sospechoso y es por eso que muchos años después, al poco de poco de publicarse la novela y alentado por mis hermanos, envié al escritor una carta en la que le hacía partícipe de nuestras sospechas y le pedía una explicación, “sin ánimo”, le aclaré, “de entrometernos en modo alguno en el éxito de la novela”. “La absolución”, que por entonces acumulaba ya diversos premios, destacaba por haber ganado en 1998 el Grand Prix du livre de Montreal, reportándole así un importante reconocimiento en su país. A día de hoy no he recibido todavía contestación alguna. No he vuelto a insistir y he aceptado su silencio como la constatación de que realmente mi abuelo es ese personaje de ficción llamado Louis Bapaume y que la historia, versionada en puntos concretos y nada relevantes, de la que Gaetan Soucy se hace eco, es, en realidad, el historia de mi abuelo, el Sr. Harnois Gobeil, organista y profesor.

viernes, 17 de septiembre de 2010

La niña de mis ojos




Miren, les voy a contar otra de esas verdades como puños que me salen sin querer y que me vino a la cabeza hace unas semanas a raíz de la lectura de la novela que motiva este discurso y que acabó en mis manos por puro azar y bajo la influencia de cual estoy todavía. Por puro azar (el mío, porque el azar de quien me lo dio no fue), estoy ahora aquí balando esto. Azar de quien me lo dio sería tirar el libro al aire sobre una embravecida multitud, ávida toda ella de literatura portátil y rezar para que a quien le cayese encima no le rompiese la crisma y que además, sorpresa, fuese también aguerrido amante de la literatura, desconociese o no autor y obra y abriese un blog para contarlo, acabado el hecho de la lectura misma o durante o según cuando tocase. No es mi caso. A mí me prestó mi hermana cuando fui a comer a su casa el otro día. Mi hermana es un ser angelical por naturaleza y convicción: nació queriendo ser buena y dedicó todos los corporales años de su vida a conseguirlo con el único fin de evitar que una vez entregado su espíritu sus despojos decúbito supino crispados de un dolor del que sólo quedase la corteza fuesen atrincherados en el cajón de muerto, como a ella gustaba decir, y acabasen como boñigas de camello en algún arrozal. Y es que a mi hermana le hizo mucho daño leer con siete años la ética de Spinoza, qué duda cabe, de la cual yo no entendía a mis diez ni jota y por cual de la cual tiene ella hoy todavía parquedad en el habla. Me mataba recibir sus preguntas planteadas como sustento vomitado; preguntas que hoy, que somos ilustrados, nos parecen inútiles y lastimosas pero que entonces sumidos en ignorancia manifiesta creíamos a pies juntillas necesarias para el alma y determinantes para precisar la situación del universo a mí y a mi hermana.



La verdad de la que hablaba arriba es tan sencilla como el parto de una coneja: no se encuentran novelas como esta cada día. Y la historia es cosa suya: leerla y vivirla o dejarla y quedarse dormido en la supina ignorancia de lo que vale la pena. 


jueves, 2 de septiembre de 2010

Otra vuelta de tuerca - Henry James




Estimado.
 La Sra. Leidi Morgana tiene el placer de invitarle a la lectura de la novela de Henry James “Otra vuelta de tuerca” que tendrá lugar en la mansión Dropé los días 25 y 26 de septiembre de 1999 y que correrá a cargo del renombrado lector a voz en grito Armando Labuena, reconocido artista en todos los órdenes de la vida y de la Srta. Samuela Princetón indiscutible creadora del ensayo musical “Polifonía De Dos PoliTonos, Contramulso de Pollo y Bajo Cubierta” que estarán acompañados por las nóveles voces de los “Niños de la Sabia Dulce  y el Bocata de Chopped” que son a su vez y por descontado ejemplos vivientes.
 El relato se servirá frio y al calor de la chimenea y se acompañará de la obra para orquesta de cámara “Ramifications” de György Ligeti adaptado para fonógrafo Edison modelo estándar de 1900. Si el tiempo acompaña podrá disfrutarse también de una leve brisa marina que agite los velos rasgados que harán las veces de cortina en el salón y que confiamos no apaguen las velas que sostendrán el ambiente.
 Se recomienda que su asistencia venga acompañada de un estado de ánimo favorable que bien pudiera ser inducido por la lectura de algún relato gótico que, confiando en su buen gusto, dejamos a su elección. Le recordamos asimismo el compromiso adquirido en el pasado de asistir a los eventos en traje de monta.
 Sin otro particular ni admitiendo excusas quedamos a la espera de su visita,
 Atentamente
             Los habitantes casuales de la Casa Dropé




Esta carta la recibí un verano de hace unos doce años. Podéis verlo en la fecha. No creo que haga falta decir que no hay asomo de verdad en todo lo que dice a excepción del hecho concreto que es la lectura dialogada de la novela de Henry James. El resto, nombres y obras, son ficción y tienen mucho que ver con bromas privadas de mi familia de las que si llega la ocasión y viene al caso hablaré en otro momento. No hay por lo tanto herencia genética que me haga temer por mi salud mental en el futuro. No por esta rama de la familia, al menos.

Vamos a ubicarnos: la Mansión Dropé, para que no haya dudas, no es tal mansión, aunque no está de más reconocerle cierto valor arquitectónico quizá basado en la teoría del caos. Fue un encargo de unos emigrantes españoles que viajaban habitualmente a España y que se hicieron construir una réplica casi exacta y de bajo presupuesto de cierta mansión colonial del sur de América; del tipo de construcciones que abundan tanto en las adaptaciones cinematográficas de las obras de Tennessee Williams. Que fuese de bajo presupuesto implicaba dos cosas: materiales de desecho y plazos interminables de demora. La construcción, todavía inacabada, se prolongó durante años y esta sí merece una entrada aparte en este blog aunque sea difícil vincularla a alguna novela concreta. Cuando digo “inacabada” no quiero dar la imagen de una de ladrillo visto y tejado a medio construir. En absoluto. “Inacabada” se refiere a que desde que tengo uso de razón la he visto siempre en obras. No ha habido ni una sola vez que recuerde en que haya ido de visita y no me haya encontrado uno o dos andamios en alguna parte. Las habitaciones nunca son las mismas y donde un día hay una galería al mes siguiente bien pudiera haber un pozo o un altillo sin columnas. Las leyes físicas parecen no tener cabida allí. No ha dejado nunca de asombrarme la capacidad de Morgana para vivir en un estado de itinerancia local permanente. 

Me vais a permitir que de mis familiares, los protagonistas de esta entrada, no os ofrezca más que unas breves pinceladas: Leidi Morgana es la madrina de Samuela Princetón que a su vez es mi hermana y esposa de Armando Labuena y madre también de los “Niños de la Sabia Dulce y el bocata de Chopped”. Los motivos de los nombre los dejamos, como dije antes, para mejor ocasión y los reales me los guardo aprovechando que a nadie le importan.

Qué duda cabe que asistí al acto en cuestión. Yo y aproximadamente veinte personas más, porque ese era, según Morgana “el número aproximado de gente que asiste a la lectura en la novela y que coincide además con el número aproximado de gente a la que quise invitar”. Hubo cena de gala esa noche, a la luz de los candelabros y aunque logré evitar el traje de monta nadie me pudo librar del chaleco y la corbata; pero nobleza obliga y la noche se prestaba a satisfacer la pantomima que mi tía nos había deparado. Hubo brisa también, suave pero no marina puesto que no hay costa, pero el cortinaje sufrió las idas y venidas para las que había sido destinado. No faltó el jerez ni la cantata en el clavicordio aún no siendo este mas que un dibujo en la pared. No faltaron los silencios, ni los guiños, ni las sonrisas, ni el derroche de complicidad. Cuando las tañidos del reloj señalaron las nueve nos miramos, dejamos nuestras copas,  reunimos las butacas frente al calor de la chimenea y cerramos las ventanas, decantándonos así, mayoritariamente, en favor de la salud frente a la ambientación. Frente a nosotros un tresillo Luis XVI, dos butacas y una mesa de mármol pulido, todo con patas de pan de oro. El fonógrafo, muerto desde hace años, ocultaba en la mesa camilla un reproductor moderno y una de las más terroríficas melodías que he escuchado nunca. Dejamos huir las risas durante un cuarto de hora y acabamos en un silencio propio de un sepulcro.

Tuvo lugar así la lectura de la novela, que hubo de prolongarse, siguiendo lo estipulado durante dos noches. Nunca he querido leerla después de aquello porque sé que la palabra escrita no podrá nunca superar la visión que supone mi sobrino de doce años, pálido como la nieve y vestido de terciopelo negro mirarnos a todos a los ojos antes de susurrar: " ¡Fui yo quien sopló, querida!”

Puede parecer todo esto fruto de mi imaginación. No lo es; lo juro; apenas tengo de eso. Ocurrió todo tal como os lo acabo de contar y se repitió años después con otra pequeña novela con trasfondo gótico (la casa se prestaba a ello, ya lo habéis visto) y un par de obras de teatro. Pero esa es otra historia.