Estimado.
La Sra. Leidi Morgana tiene el placer de invitarle a la lectura de la novela de Henry James “Otra vuelta de tuerca” que tendrá lugar en la mansión Dropé los días 25 y 26 de septiembre de 1999 y que correrá a cargo del renombrado lector a voz en grito Armando Labuena, reconocido artista en todos los órdenes de la vida y de la Srta. Samuela Princetón indiscutible creadora del ensayo musical “Polifonía De Dos PoliTonos, Contramulso de Pollo y Bajo Cubierta” que estarán acompañados por las nóveles voces de los “Niños de la Sabia Dulce y el Bocata de Chopped” que son a su vez y por descontado ejemplos vivientes.
El relato se servirá frio y al calor de la chimenea y se acompañará de la obra para orquesta de cámara “Ramifications” de György Ligeti adaptado para fonógrafo Edison modelo estándar de 1900. Si el tiempo acompaña podrá disfrutarse también de una leve brisa marina que agite los velos rasgados que harán las veces de cortina en el salón y que confiamos no apaguen las velas que sostendrán el ambiente.
Se recomienda que su asistencia venga acompañada de un estado de ánimo favorable que bien pudiera ser inducido por la lectura de algún relato gótico que, confiando en su buen gusto, dejamos a su elección. Le recordamos asimismo el compromiso adquirido en el pasado de asistir a los eventos en traje de monta.
Sin otro particular ni admitiendo excusas quedamos a la espera de su visita,
Atentamente
Los habitantes casuales de la Casa Dropé
Esta carta la recibí un verano de hace unos doce años. Podéis verlo en la fecha. No creo que haga falta decir que no hay asomo de verdad en todo lo que dice a excepción del hecho concreto que es la lectura dialogada de la novela de Henry James. El resto, nombres y obras, son ficción y tienen mucho que ver con bromas privadas de mi familia de las que si llega la ocasión y viene al caso hablaré en otro momento. No hay por lo tanto herencia genética que me haga temer por mi salud mental en el futuro. No por esta rama de la familia, al menos.
Vamos a ubicarnos: la Mansión Dropé, para que no haya dudas, no es tal mansión, aunque no está de más reconocerle cierto valor arquitectónico quizá basado en la teoría del caos. Fue un encargo de unos emigrantes españoles que viajaban habitualmente a España y que se hicieron construir una réplica casi exacta y de bajo presupuesto de cierta mansión colonial del sur de América; del tipo de construcciones que abundan tanto en las adaptaciones cinematográficas de las obras de Tennessee Williams. Que fuese de bajo presupuesto implicaba dos cosas: materiales de desecho y plazos interminables de demora. La construcción, todavía inacabada, se prolongó durante años y esta sí merece una entrada aparte en este blog aunque sea difícil vincularla a alguna novela concreta. Cuando digo “inacabada” no quiero dar la imagen de una de ladrillo visto y tejado a medio construir. En absoluto. “Inacabada” se refiere a que desde que tengo uso de razón la he visto siempre en obras. No ha habido ni una sola vez que recuerde en que haya ido de visita y no me haya encontrado uno o dos andamios en alguna parte. Las habitaciones nunca son las mismas y donde un día hay una galería al mes siguiente bien pudiera haber un pozo o un altillo sin columnas. Las leyes físicas parecen no tener cabida allí. No ha dejado nunca de asombrarme la capacidad de Morgana para vivir en un estado de itinerancia local permanente.
Me vais a permitir que de mis familiares, los protagonistas de esta entrada, no os ofrezca más que unas breves pinceladas: Leidi Morgana es la madrina de Samuela Princetón que a su vez es mi hermana y esposa de Armando Labuena y madre también de los “Niños de la Sabia Dulce y el bocata de Chopped”. Los motivos de los nombre los dejamos, como dije antes, para mejor ocasión y los reales me los guardo aprovechando que a nadie le importan.
Qué duda cabe que asistí al acto en cuestión. Yo y aproximadamente veinte personas más, porque ese era, según Morgana “el número aproximado de gente que asiste a la lectura en la novela y que coincide además con el número aproximado de gente a la que quise invitar”. Hubo cena de gala esa noche, a la luz de los candelabros y aunque logré evitar el traje de monta nadie me pudo librar del chaleco y la corbata; pero nobleza obliga y la noche se prestaba a satisfacer la pantomima que mi tía nos había deparado. Hubo brisa también, suave pero no marina puesto que no hay costa, pero el cortinaje sufrió las idas y venidas para las que había sido destinado. No faltó el jerez ni la cantata en el clavicordio aún no siendo este mas que un dibujo en la pared. No faltaron los silencios, ni los guiños, ni las sonrisas, ni el derroche de complicidad. Cuando las tañidos del reloj señalaron las nueve nos miramos, dejamos nuestras copas, reunimos las butacas frente al calor de la chimenea y cerramos las ventanas, decantándonos así, mayoritariamente, en favor de la salud frente a la ambientación. Frente a nosotros un tresillo Luis XVI, dos butacas y una mesa de mármol pulido, todo con patas de pan de oro. El fonógrafo, muerto desde hace años, ocultaba en la mesa camilla un reproductor moderno y una de las más terroríficas melodías que he escuchado nunca. Dejamos huir las risas durante un cuarto de hora y acabamos en un silencio propio de un sepulcro.
Tuvo lugar así la lectura de la novela, que hubo de prolongarse, siguiendo lo estipulado durante dos noches. Nunca he querido leerla después de aquello porque sé que la palabra escrita no podrá nunca superar la visión que supone mi sobrino de doce años, pálido como la nieve y vestido de terciopelo negro mirarnos a todos a los ojos antes de susurrar: " ¡Fui yo quien sopló, querida!”
Puede parecer todo esto fruto de mi imaginación. No lo es; lo juro; apenas tengo de eso. Ocurrió todo tal como os lo acabo de contar y se repitió años después con otra pequeña novela con trasfondo gótico (la casa se prestaba a ello, ya lo habéis visto) y un par de obras de teatro. Pero esa es otra historia.
Cuando me dijiste que tenias una buena historia sobre esto nunca pensé que sería así. Me falta por saber si te ha gustado la novela, pero supongo que después de todo eso es difícil que no sea así.
ResponderEliminarY ahora júrame otra vez que es cierta. ¿De verdad tienes una familia así?
Lo de la cantata en el clavicordio pintado en la pared me ha encantado.
Por cierto, conozco la partitura de Ligeti y sí, lo confirmo: es realmente aterradora.
Gracias. Te doy mi palabra (otra vez) de que esto es absolutamente cierto. Mi familia, que es muy numerosa, ha sido siempre muy dada a este tipo de "situaciones". Tratamos de reunimos anualmente en algún lugar de la península y uno de los grupos familiares debe ocuparse de la parte lúdica del evento. Cuando coincide en casa de Morgana (dejémosle el nombre de momento) siempre nos encontramos con veladas que de un modo u otro tienen que ver con algún libro que le ha impresionado, para bien o para mal.
ResponderEliminarEn honor a la verdad debo confesar que aquella noche pasé momentos de auténtico miedo. Y no era ya ningún niño.
La casa de mi tía es fantástica. ¿Has leído "Pequeño, Grande" de John Crowley? Siempre que me tropiezo con él en la estantería me acuerdo de ella. De ellas: de mi tia y de la casa.
Se me ha ocurrido una idea. Como tu no eres muy amigo de darte publicidad: ¿te importa si te uso de excusa para abrir una entrada en mi blog?
ResponderEliminarComo quieras, claro. No hay problema.
ResponderEliminar